martes, 8 de mayo de 2012

Entre la espada y la pared. Los bancarios tambien lloran

Una vez al año, al regreso del buen tiempo, tengo la costumbre desde hace años, no recuerdo cuantos, de acercarme a Toro; situado en la provincia de Zamora a 35 km de la Capital, y cercano a Tordesillas, cuenta con unos diez mil vecinos, viviendo prosperamente en su mayoría de la tierra, la poca industria del lugar y de los pueblos colindantes cuyos convecinos acuden a esta localidad por ser la mayor de la zona a surtirse de productos que por el tamaño de sus aldeas carecen. Con una tierra ruda y gruesa en la zona de Campos-pan y un regadío muy aprovechado en la zona del Bajo Duero, Toro diversifica distintos cultivos, maíz, cebada, trigo, patatas; y también el cultivo de la vid, contando con una extensión en D.O. de 5.800 hectáreas de este cultivo. Bueno no me voy a enrollar, que se me va el tiempo.

Una vez hechos los recados de costumbre (provisión de vino para una larga temporada, calculo para un año más o menos),  el apetito me apretaba y me acerqué a unos de los bares que conforman el conjunto de la Plaza Mayor de Toro. Entré a saborear un Flor de Vetus del 2010 y una calandraca (bola del tamaño de un huevo, rebozada por fuera  y en su interior rellena de chorizo o salchicha), fue que pasó por la puerta del local mi amigo Pedro. Como vio que estaba haciendo por la vida, entró a acompañarme.

Una vez saludados y preguntados por la salud y la familia; le pregunté que tal en el banco, ahora tan de moda con la crisis y la hambruna de dinero que tienen todas las entidades financieras. Y degustando otra ronda de vino y ahora tocaba montadito de lomo, me contestó muy serio, mientras hacia bailar la copa entre sus dedos:
-Ultimamente somos incapaces de sacar el trabajo- tal es la cantidad y encima ahora uno menos en la sucursal.-Resopló un instante y continuó diciendo:
-Cada día nos exigen más y más objetivos, más y más productos, más y más captación de dinero; y mientras tanto acumulamos papeles, expedientes, incidencias, parches- resopló de nuevo y enjuagó nuevamente su boca con el Malvasía que degustaba.
-Hay mucho trabajo sucio. No sabes la cantidad de tareas administrativas que tenemos que realizar mientras atendemos a los clientes; explicamos productos nuevos, algunos con riesgo; pues está la gente como para riesgo -arqueó las cejas gravemente-, recogemos las llamadas de clientes; mandamos operaciones de crédito al centro, la mayoría denegadas o con condiciones bochornosas; nos cabreamos con compañeros que están en Servicios Centrales y que parece que trabajan en otro banco y no hacen más que ponernos zancadillas; y  mientras tanto tenemos que resolver apuntes, operaciones,morosos, fallidos, incumplidos, impagados, y todo esto con buena cara ya que los clientes no tienen la culpa de la escasez de plantilla y de las exigencias internas a las que estamos obligados. -echó mano al montadito y de un bocado lo enguyó.

Yo para hacer tiempo, mientras masticaba, ya que parecía que quería continuar, asentí varias veces con la cabeza y dije:
-Pues desde fuera da la sensación que es un trabajo relajado y cómodo. Vamos que no os lleváis un mal trago.
Arrugó el hocico y aceleró para tragar rápidamente. Me dio la sensación que no le había sentado bien mi comentario. Apuró el Malvasía y continuó diciendo:
-La gente está muy equivocada del trabajo que realizamos, pero ...-Pedro giró bruscamente la cabeza ya que su nombre había sonado tras de él. Levantando un brazo indicó al individuo que se acercara. Un hombre alto, algo encorbado y bien vestido se acercó a pasos acelerados. Hizo las presentaciones de rigor y nos saludamos amistosamente.

Eduardo, que así se llamaba el individuo, había sido compañero en el banco de mi amigo Pedro hace años, según me contó éste; y conocía perfectamente el funcionamiento de un banco y los abusos a los que eran sometidos en algunas ocasiones los empleados que están en primera linea de tiro; muchos ya quemados de la presión y las malas formas de sus supuestos compañeros de niveles superiores.

Eduardo no rehusó acompañarnos a otro vino, un Peñamonte tinto se tomó mientras nosotros íbamos por la tercera ronda. Se hizo un silencio y aprovechamos todos para echar un tiento al vino. -Mientras degustaba el vino en mi paladar y pensaba en la visión distorsionada que tenemos de los empleados de banca, y de la presión que ejercen sus mandos desde arriba y los clientes desde abajo, mi amigo me sacó de esta cavila interna repentinamente, con un golpe "cariñoso" en mi espalda mientras sonreía a dos carrillos y sentenciando voceó:
-Cambiemos de tema coño; hasta mañana el banco no existe.
Asentimos aplaudiendo el comentario de Pedro y nos evadimos en conversaciones baladies  hasta que el reloj del Arco de entada de la Plaza Mayor golpeó tres veces su vieja campana.
-Señores, uno que se va- argumenté mi huida - mi esposa me está esperando en casa y no perdona que llegue tarde a comer el domingo.
Nos despedimos hasta el año siguiente.
-Hasta más ver señores, me despedí de ellos mientras tañía de nuevo la campana recordando de nuevo las tres de la tarde.

En el coche con el sol a mi espalda, autovía direción a mi casa, aún sin tasas de peaje, pensé, hay que joderse, en todos sitios cuecen habas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario